8 Reflejos de una vida Pintor y Artista

8 Reflejos de una vida

E  Investigación y escritor

e-g Pintor y Artista

6. PINTOR Y ARTISTA


Cuando la psicoterapeuta de la enfermería de los PP. Paúles en Santa Marta le propuso a Paniagua tomar los pinceles y dedicarse a pintar sobre un lienzo, él elevó sus brazos triunfantes y gritó: ¡Pero si eso es lo que yo siempre he querido hacer desde niño!
Desde ese preciso momento, las neuronas, los ojos y las manos de Enrique se crecieron en efervescencia. Él comenzó a vivir y revivir frente al caballete. El lienzo encuadrado por el bastidor se convirtió en un pasmo de gloria. Las pinturas se hacían llamas sobre la paleta. Los pinceles se regodeaban sobre el lienzo. Paniagua vivía un nuevo éxtasis vital.
Pronto, el taller se recubrió de cuadros con todo el regocijo de colores, formas y líneas. A la multivisión de Paniagua se añadía un aspecto más en el último trecho de vida. No sólo había sido y era un admirador y contemplador de la belleza. Ahora se sentía como un verdadero creador de esa misma belleza. La psicoterapeuta experimentaba igualmente este entusiasmo y prometió hacer una exposición con los cuadros que ocupaban las paredes y el suelo del taller.


Quien visitaba este taller se enfrentaba con formas y colores que Paniagua había amasado en su espíritu a lo largo de los años. Allí resonaban Rothko, Rueda, Mattisse, Zóbel, Torner o Cy Twombly.
Sí, este era también Enrique en estado de éxtasis: ¿Cuál te gusta más?, ofrecía él. Lévatelo. Te lo regalo. El viaje de vuelta no permitía al visitante cargar con algunos de aquellos lienzos. Pero siempre elegía yo alguno en pequeño formato que ahora viven en su casa, florecidos ante la mirada.
La pintura fue el último gran arrobamiento ante la belleza de Enrique R. Paniagua. Él sabía mucho, lo sabía todo, sobre conjunciones cromáticas y diálogo de formas. Antes de enfermar, se había entregado a la pasión del “collage”. Cortaba, recortaba, guardaba los fragmentos y, de cuando en cuando, los pegaba con armonía de colores y líneas sobre una cartulina, hasta completar un álbum.
Recientemente escribía: El influjo de Torner y el de Gerardo Rueda en mis collages es evidente. Me fascinan hasta lo indecible los cuadros de dos zonas de Torner. Con esta carta te envío uno de ese tipo, el mejor, sin duda, que he hecho.
Así surgieron decenas de álbumes con los que él solía obsequiar a sus amigos. Con frecuencia, el álbum obedecía a un tema y a un título: Los Misterios del Rosario, Requiem, Letanía, Todo. Es un intento de aplicar mis teorías sobre las posibilidades de un arte sacro abstracto.
Quien posea alguno de estos álbumes de collages que lo conserve como un inveterado recuerdo del artista. Sobre todo, si el álbum lleva inscrita la clásica firma del pan y de la jarra de agua, que Paniagua utilizaba para toda dedicación afectuosa y amiga.

Cada collage, ahí guardado, es un reflejo iluminado de este hombre, ENRIQUE R. PANIAGUA, que vivió su vida en la contemplación de la belleza como un acontecimiento divino.

Una de las últimas aspiraciones de Paniagua era componer un libro sobre los rostros de Cristo en arte. Quizás no pudo terminar esta obra, pero en una de las últimas visitas a Salamanca, me entregó un manuscrito titulado Domine Jesu Christe. El manuscrito consiste en una colección de rostros de Cristo, cada uno de ellos acompañado por un soneto. Todo el manuscrito podría considerarse como un epítome de excelsa mística.

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